ARRIBA
Y ABAJO
A menudo, lectora o lector amiga o amigo, a menudo
vemos lo que pasa con la gente del pueblo, no puede uno estar en su torre de
marfil de forma permanente, hay que bajar de la susodicha torre y salir a pie
llano a la calle, donde se encuentra la gente. Esto hay que recalcarlo porque
algunos regidores políticos igual no lo saben de buena mano.
Es muy
distinta la vida de esos gerifaltes que dominan con su imperio el tejido
social, que la de los que la padecen. Arriba no es lo mismo que abajo, hay
pensamientos radicalmente distintos, y que solo se unen en una consideración.
De arriba vienen las leyes españolas, de abajo viene la filosofía popular. Los
de arriba quieren ser como los de abajo y los de abajo como los de arriba, así
que la historia se está escribiendo en entendimiento a estas circunstancias.
No se puede
mantener esto: que exista el arriba y el abajo, porque ello da en un discurso
doble. El del pueblo y el de los regidores. Por ejemplo: las leyes
generalistas: los que las hacen, dicen que con permiso del pueblo, las hacen
teniendo en cuenta la generalidad del pueblo español, vamos, como si fuéramos
todos iguales, o eso nos hacen creer, que las leyes son adecuadas a la igualdad
de las personas españolas. Y los de abajo reciben esas leyes de manera irónica
y contestataria: generalizan mucho y conceden la igualdad de las leyes para
todo el mundo que por ejemplo haya transgredido esas leyes. A la
impersonalización que viene de arriba, con su rechazo del singularismo de cada
uno de los españoles, siempre les responderán los del supuesto abajo con mayor
generalidad para cumplir las leyes, no muchos, sino “todos igual”. La casuística no se utiliza porque los de
Arriba nos tratan como todos exactamente iguales, en la teoría, a lo que el pueblo
replica con la burla o la buena respuesta de, cuando se da un suceso o caso
singular, aplicar la mayor generalidad, como contestación a esas leyes hechas
desde arriba, y así uno viene a preguntarse por el éxito del generalismo en
nuestros días, que surge de la imposición de reglas de la antigüedad, y se da
cuenta de la profunda brecha abierta entre pueblo y regidores. Así no hay dios
que aguante el pensamiento español.
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